Este contenido solo tiene fines divulgativos. Para obtener consejos o diagnósticos médicos, acude siempre a un profesional.
La depresión no es solo una experiencia personal: es un problema que afecta a millones en en mundo así como en América Latina y el cual demanda una atención desde la empatía. Según estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud, más de 48 millones de personas —un 4,7 % de la población en la Región de las Américas— viven con depresión, lo que representa el trastorno mental líder en carga de discapacidad.
Un meta-análisis más amplio —agrupando 40 estudios en Latinoamérica— establece que la prevalencia a lo largo de la vida, es decir, el porcentaje de personas que han sufrido depresión en algún momento de sus vidas, alcanza 12,6 %. Así también, la prevalencia en los últimos doce meses alcanza un 5,3 %, y en el presente momento, cerca del 3,1 %. Estas cifras no solo revelan el peso de la condición, sino que además muestran grandes desigualdades entre países y segmentos poblacionales.
En Chile en particular, un informe reciente del Termómetro de la Salud Mental, elaborado por la Universidad Católica y la ACHS, reporta que el 13 % de la población presenta síntomas moderados o severos de depresión. Sin embargo, la cifra no es pareja: 19,5 % en mujeres y 6 % en hombres, la brecha más amplia registrada desde el año 2020.
Estos datos dejan claro que, aunque invisibilizada muchas veces por su naturaleza interna, la depresión atraviesa nuestras comunidades de forma profunda. Y cuando llega a alguien cercano, el acompañamiento consciente es esencial.
El acompañamiento se construye día a día, en gestos, palabras y silencios que respetan el ritmo y la experiencia de quien atraviesa la depresión. No se trata de corregir conductas ni de dar soluciones rápidas, sino de ofrecer presencia y cuidado de manera consciente.
Atender no significa intervenir. A veces, quien está deprimido necesita que lo escuchen sin intentar arreglarlo al instante. Esa presencia silenciosa, discreta, que ofrece un espacio seguro, puede abrirle el camino al bienestar.
No insistir en forzar «animarlo/a» o llevarlo/a a actividades sociales. Respetar sus tiempos no significa dejarlo solo/a, sino acompañarla/o en su propio ritmo, sin que sienta que debe cumplir una expectativa ajena.
Decir “entiendo que debe ser muy difícil” o “aquí estoy contigo” puede ser más poderoso que cualquier intento de minimizar su experiencia con frases como “esto pasará”. Acompañar con palabras que reconocen el dolor le otorga dignidad.
Hacer una comida casera, acompañarlo/a a una consulta o ayudarle a ordenar un espacio —sin señalar ni enfatizar la “ayuda”— son formas de cuidado que, sin grandes discursos, dicen “me importas”.
Sugerir acompañamiento profesional puede hacerse con ternura: “¿Te gustaría que busquemos juntos un profesional que te acompañe?” Dejar la puerta abierta, sin urgir, respetando su disposición.
Quien acompaña también necesita sostén. La depresión cercana puede desgastar emocionalmente, así que cuidar de ti —en diálogo, descanso o reflexión— te permite estar con más presencia.
Acompañar a alguien con depresión desde el cuidado y el respeto no requiere perfección, sino humanidad y presencia auténtica. No se trata de moralizar: no estamos para corregir conductas, sino para sostener el dolor con tacto y compasión.
Como Clínica Santa Cecilia, buscamos promover esta mirada, invitando a las personas a entender que acompañar no es imponer soluciones, sino abrir espacio para el sentir, con respeto y sin presiones.
Acerca de Clínica Santa Cecilia
En Clínica Santa Cecilia brindamos tratamientos de calidad para la depresión y otros trastornos psiquiátricos, proporcionando cuidados con un enfoque humano y empático. Si crees que necesitas o conoces a alguien que necesite nuestra ayuda, acércate a conversar con nosotras.
La depresión no es solo una experiencia personal: es un problema que afecta a millones en en mundo así como en América Latina y el cual demanda una atención desde la empatía. Según estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud, más de 48 millones de personas —un 4,7 % de la población en la Región de las Américas— viven con depresión, lo que representa el trastorno mental líder en carga de discapacidad.
La depresión no es solo una experiencia personal: es un problema que afecta a millones en en mundo así como en América Latina y el cual demanda una atención desde la empatía. Según estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud, más de 48 millones de personas —un 4,7 % de la población en la Región de las Américas— viven con depresión, lo que representa el trastorno mental líder en carga de discapacidad.
Un meta-análisis más amplio —agrupando 40 estudios en Latinoamérica— establece que la prevalencia a lo largo de la vida, es decir, el porcentaje de personas que han sufrido depresión en algún momento de sus vidas, alcanza 12,6 %. Así también, la prevalencia en los últimos doce meses alcanza un 5,3 %, y en el presente momento, cerca del 3,1 %. Estas cifras no solo revelan el peso de la condición, sino que además muestran grandes desigualdades entre países y segmentos poblacionales.
En Chile en particular, un informe reciente del Termómetro de la Salud Mental, elaborado por la Universidad Católica y la ACHS, reporta que el 13 % de la población presenta síntomas moderados o severos de depresión. Sin embargo, la cifra no es pareja: 19,5 % en mujeres y 6 % en hombres, la brecha más amplia registrada desde el año 2020.
Estos datos dejan claro que, aunque invisibilizada muchas veces por su naturaleza interna, la depresión atraviesa nuestras comunidades de forma profunda. Y cuando llega a alguien cercano, el acompañamiento consciente es esencial.
El acompañamiento se construye día a día, en gestos, palabras y silencios que respetan el ritmo y la experiencia de quien atraviesa la depresión. No se trata de corregir conductas ni de dar soluciones rápidas, sino de ofrecer presencia y cuidado de manera consciente.
Atender no significa intervenir. A veces, quien está deprimido necesita que lo escuchen sin intentar arreglarlo al instante. Esa presencia silenciosa, discreta, que ofrece un espacio seguro, puede abrirle el camino al bienestar.
No insistir en forzar «animarlo/a» o llevarlo/a a actividades sociales. Respetar sus tiempos no significa dejarlo solo/a, sino acompañarla/o en su propio ritmo, sin que sienta que debe cumplir una expectativa ajena.
Decir “entiendo que debe ser muy difícil” o “aquí estoy contigo” puede ser más poderoso que cualquier intento de minimizar su experiencia con frases como “esto pasará”. Acompañar con palabras que reconocen el dolor le otorga dignidad.
Hacer una comida casera, acompañarlo/a a una consulta o ayudarle a ordenar un espacio —sin señalar ni enfatizar la “ayuda”— son formas de cuidado que, sin grandes discursos, dicen “me importas”.
Sugerir acompañamiento profesional puede hacerse con ternura: “¿Te gustaría que busquemos juntos un profesional que te acompañe?” Dejar la puerta abierta, sin urgir, respetando su disposición.
Quien acompaña también necesita sostén. La depresión cercana puede desgastar emocionalmente, así que cuidar de ti —en diálogo, descanso o reflexión— te permite estar con más presencia.
Acompañar a alguien con depresión desde el cuidado y el respeto no requiere perfección, sino humanidad y presencia auténtica. No se trata de moralizar: no estamos para corregir conductas, sino para sostener el dolor con tacto y compasión.
Como Clínica Santa Cecilia, buscamos promover esta mirada, invitando a las personas a entender que acompañar no es imponer soluciones, sino abrir espacio para el sentir, con respeto y sin presiones.
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En Clínica Santa Cecilia brindamos tratamientos de calidad para la depresión y otros trastornos psiquiátricos, proporcionando cuidados con un enfoque humano y empático. Si crees que necesitas o conoces a alguien que necesite nuestra ayuda, acércate a conversar con nosotras.